Castelo da Rocha Forte mitra compostelana gran guerra irmandiña revuelta

Vista del yacimiento arqueológico del Castelo da Rocha Forte, uno de los más emblemáticos de la mitra compostelana, arrasado hasta sus cimientos en 1467 durante la Gran Guerra Irmandiña. © Wikimedia Commons/Lansbricae.

Las fuentes con las que contamos actualmente son lamentablemente escasas. De todos modos, podemos destacar algunas como el famoso pleito Tabera-Fonseca, o la obra del hidalgo gallego Vasco de Aponte “Recuento de las casas antiguas del Reino de Galicia”, redactada en las primeras décadas del siglo XVI. Entre los investigadores actuales destacar entre otros a Anselmo López Carreira o Carlos Barros.

La segunda revuelta irmandiña, no podemos separarla del contexto político castellano, donde nos encontramos con el tormentoso reinado de Enrique IV. Durante dicho periodo, vemos que los conflictos entre la monarquía y la nobleza fueron una constante, tomando partido estos últimos por el infante Alfonso. Señalar como hecho representativo, en 1465 la ceremonia burlesca conocida como “Farsa de Ávila”, que demuestra de una manera evidente el gran distanciamiento que se produjera en el seno de la política castellana.

Galicia es un territorio donde la presencia nobiliaria es muy destacada. Está ocupado en casi toda su extensión por el dominio señorial, destacando a la Iglesia, especialmente al arzobispado de Santiago como principal terrateniente. Por lo tanto el realengo era prácticamente testimonial. Esto provocaba un debilitamiento todavía mayor de la figura del monarca ya que no tenía apenas jurisprudencia, y conlleva a que desde Enrique II, ningún rey pisará Galicia dejando por tanto total libertad a la nobleza para ejercer su poder sin restricciones. Con este reparto de la propiedad, la nobleza no puede expandir sus territorios, y busca nuevas alternativas para aumentar sus rentas. Entre las soluciones que encontraron está el aumentar los impuestos, o atacar los territorios indefensos de las tierras de la Iglesia, para posteriormente llegar a un acuerdo con el estamento eclesiástico y hacerse encomenderos de ese territorio. Esto provocará el aumento de la violencia y los abusos por parte de los nobles, lo que implicará un empeoramiento de la sociedad gallega, la cual estaba al servicio de las ambiciones e intereses de la nobleza.

Será en este contexto cuando tenga lugar la rebelión “irmandiña”. En contra de lo que mucha gente piensa, ésta no surge en el rural sino que es una revuelta de carácter urbano. En este período las hermandades eran una asociación libre y voluntaria de individuos al margen de su profesión, nivel de riqueza o estamento. Es una institución compleja que requiere financiamiento, una jerarquía que dirija sus acciones y una reunión de sus miembros que decida las líneas a seguir. No es por lo tanto, generalmente, una organización espontánea. Suele estar regulada por unos capítulos redactados en común, y no siempre es sancionada por el monarca. En este aspecto, antes de la formación de la hermandad gallega, en noviembre de 1466, tiene lugar la Junta de Fuensalida de las hermandades de Castilla y León, de gran importancia para Galicia porque los “capítulos de Fuensalida” regirán el funcionamiento de la Santa Irmandade del reino de Galicia.

La hermandad se organizaba sobre una estructura sencilla, la cual se repetía varias veces a pequeña escala, con lo que la capacidad de organización y movilización de los individuos partía de grupos reducidos pero numerosos. No obstante, esta capacidad tenía un problema grave, dado que no era fácil coordinar las acciones de estos pequeños grupos, una debilidad que se revelaría capital para la comprensión de la derrota irmandiña.

La Santa Irmandade y la guerra irmandiña

El levantamiento organizado por la Santa Irmandade, proviene de la caótica situación, así como de los continuados abusos provocados por la nobleza durante este período, pero en ningún caso la intención de los irmandiños fue modificar el sistema social vigente. De hecho el apoyo por parte de la Santa Irmandade hacia Enrique IV es manifestado con total claridad, lo cual influyó en la buena disposición del monarca hacia los acontecimientos gallegos como demuestra la redacción de la carta del 6 de julio de 1467 en Cuéllar, amparando las acciones de los irmandiños y liberando a los tenientes, merinos y alcaides de las fortalezas de su juramento para defenderlas. Esta fidelidad por parte de la sociedad gallega viene de la mano de la idealización que hubo entre el campesinado gallego del siglo XV de la figura del rey, promovida por los continuos abusos sufridos bajo el dominio nobiliario, de ahí que buscaran el amparo del monarca. De hecho Barros muestra en uno de sus estudios como muchos campesinos que lucharon entre los irmandiños no conocían ni el nombre del rey.

En cuanto a los grupos sociales representados en la Santa Irmandade, debemos señalar a la burguesía, al campesinado e incluso a sectores de la baja nobleza. Entre ellos destacar a los hidalgos Diego de Lemos, Pedro Osorio y Alonso de Lanzós, los cuales fueron los capitanes de los principales cuerpos de ejército de los irmandiños. Se cree que pudo haber otros nobles que, por miedo, no se unieron abiertamente a la causa, pero que la debieron de apoyar de alguna manera, como prueba el perdón extendido al castillo de Pambre propiedad de Sancho Sánchez de Ulloa.

El modo de proceder de los irmandiños fue fundamentalmente atacar las fortalezas. De todos modos no era algo homogéneo, seguramente se organizaron asaltos de modo generalizado pero sin una verdadera planificación estratégica. Esto provocará que los nobles en un primer momento atemorizados por los acontecimientos, y con sus fuerzas divididas por el conflicto con Enrique IV, tengan que escapar. Llegados a este punto debemos señalar que el nivel de destrucción por parte de los irmandiños no fue tan alto como el que la tradición le ha querido otorgar.

Una vez se hacen con el poder, vemos que la Irmandade pasa a ejercer justicia, queriendo imponer el orden. Trata de volver a las antiguas costumbres antes de la usurpación e imposición de los abusos señoriales. De hecho, incluso tenemos constancia de resoluciones contra campesinos y a favor de los monasterios, como fue el caso de Oseira entre otros.

Finalmente, en 1469, ya con las luchas castellanas paralizadas temporalmente fruto del acuerdo llegado en 1468, entre la monarquía y la nobleza, en el pacto de los Toros de Guisando, los nobles gallegos volverán a Galicia dispuestos a derrotar de manera aplastante a la Santa Irmandade. La corona en este caso decidió no inmiscuirse y dejó vía libre a los nobles. El regreso de la nobleza se produjo desde varios frentes, lo que sin duda supuso un problema para la organización militar irmandiña. En primavera, el ejército dirigido por Pedro Álvarez de Sotomayor, conde de Camiña, entra en Galicia desde Portugal, derrotando a un grupo de irmandiños en la batalla de Castro de Framela. Posteriormente, proseguirá su marcha hacia Santiago. Cerca de aquí se encontraban los ejércitos de otros nobles que entraran por Castilla, liderados por Fonseca y Pimentel. Aquí los irmandiños propondrán batalla en el monte de la Almáciga, donde esperaban la llegada de nuevos contingentes. Previendo esto, los nobles cargarán sin demora contra el grueso de las tropas irmandiñas comandadas por Pedro Osorio, que no puede hacer frente a la carga suponiendo una derrota total. Mientras tanto en el este de Galicia, el conde de Lemos vence a otro ejército irmandiño en Pedrosa, ocupando también Monforte. En el noroeste, en la tierra de los Andrade, los irmandiños resisten de la mano de Alonso de Lanzós, aunque todas sus ofensivas son rechazadas por las tropas nobiliarias. Finalmente terminará rindiéndose. Destruidas las principales fuerzas irmandiñas, los señores se dedican a eliminar pequeños reductos de resistencia. El último de ellos se supone que fue un pequeño grupo de 30 irmandiños, que resiste en el antiguo castillo arzobispal de la Lanzada, comandados por los pontevedreses Xoán de Chinchón e Xoán García de Barca. Finalmente la fortaleza cae por una traición y los supervivientes serán conducidos a Pontevedra para ser ejecutados.

En cuanto a la represión por parte de la nobleza, no debe ser magnificada. Es evidente que existió, como demuestra las ejecuciones de las que tenemos constancia, pero no fueron multitudinarias. Fuera de esto, la represión consistió en el cobro de contribuciones, económicas o personales, para la compensación de los daños causados. Especialmente trabajando en la reparación o reconstrucción de las fortalezas. A continuación del año 1469, vemos que los abusos nobiliarios continuaron igualmente. El rey no podía hacer frente a la enorme señorialización del territorio. De hecho el poder de la nobleza continuará sin restricción hasta los Reyes Católicos, cuya implicación en la política gallega puede simbolizarse en la visita que llevan a cabo en 1486, la primera vez que un monarca visitaba Galicia desde Enrique II en 1376.

Bibliografía

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Este artículo resultó finalista del II Concurso de Microensayo Histórico y Microrrelato Desperta Ferro en la categoría de microensayo. La documentación, veracidad y originalidad del artículo son responsabilidad única de su autor.

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